11/09/2020

¿Renacerá el fénix libanés de sus cenizas?

 

Casi doscientas personas muertas, seis mil heridas y trescientas mil sin hogar. Tal es el terrible balance de la doble explosión que el 4 de agosto de 2020 asoló el puerto de Beirut y destruyó la mitad de la ciudad. Las explosiones, debidas al almacenamiento de 2.750 toneladas de nitrato de amonio en el puerto desde 2013, a la negligencia criminal de las élites políticas del Líbano y a la incompetencia burocrática de los servicios de seguridad y del poder judicial, no sólo dañaron las casas tradicionales -un patrimonio ya amenazado por la construcción desenfrenada de rascacielos- sino que también destruyeron el corazón artístico y nocturno de la ciudad.

En las redes sociales, los libaneses se conectaron con la letanía de acontecimientos trágicos que incluyen, entre otros, la guerra civil, los atentados con coches bomba, las acciones militares israelíes y la crisis de la basura que han marcado las últimas décadas. Invocaron su capacidad para resistir los bombardeos y reconstruir su país cada vez que era destruido. De hecho, los ciudadanos de la Tierra del Cedro siempre han respondido con respuestas valientes y resistentes a las catástrofes, reconstruyendo pacientemente después de cada ciclo de destrucción.

Sin embargo, ésta es una dinámica que parece faltar hoy. A pesar de los mandatos de las celebridades que invitan al Líbano a "resurgir de sus cenizas", simbolizados por las camisetas diseñadas por el famoso modisto libanés Zuhair Murad, los libaneses están exhaustos; están cansados de levantarse de los escombros y vivir para luchar día tras día. Están cansados de estos ciclos de reconstrucción de Sísifo. El fénix parece haber sido consumido por las llamas.

Este es un año que había comenzado con una nota de esperanza y optimismo en relación a las perspectivas políticas. En octubre de 2019, los libaneses se sublevaron en contra del clientelismo, la corrupción y la malversación de fondos que, desde el final de la guerra civil, ha caracterizado a la clase política libanesa. En un movimiento que algunos describen como la segunda ola de la Primavera Árabe, los jóvenes manifestantes exigieron la caída del régimen comunal, al que ven como la fuente de todo mal. "Todos, es todos" era el lema de esta "revolución" de octubre que exigía un cambio total de la élite política, pero sobre todo la caída del gobierno dirigido por Saad Hariri y la destitución del presidente Michel Aoun y de su corrupto yerno -y heredero del "trono" en espera- Gebran Bassil. Si el primer objetivo fue alcanzado rápidamente, el segundo todavía no lo ha sido. Aoun se ha aferrado al poder con el apoyo del Hezbollah, hacedor de reyes de la política libanesa desde 2005.

La pandemia del coronavirus puso fin a las protestas y sentadas en las calles de Beirut y de otras ciudades libanesas. Poco después, se produjo la crisis económica pronosticada por los analistas. En marzo, por primera vez, el Líbano incumplió con los pagos de su deuda y luego la moneda colapsó. Gracias a una hazaña de ingeniería económica, a un esquema Ponzi dirigido por el Banco Central, desde la década de 1990 la libra libanesa había estado vinculada al dólar a un tipo de cambio de un dólar por 1.507 libras. Después del colapso, el tipo de cambio en el mercado negro alcanzó niveles sin precedentes, con la libra libanesa perdiendo el 85-90% de su valor. Lo que quedaba de la clase media libanesa desapareció y hoy en día más del 55% de la población está atrapada en la pobreza. Para colmo, los bancos han implementado controles informales de capital lo que evita que los pequeños titulares de cuentas bancarias retiren su dinero y permiten a los operadores vinculados a políticos sacar 6.000 millones de dólares del país.

Estas sucesivas bofetadas a todos los libaneses precedieron a la explosión del 4 de agosto. El optimismo del thawra (revolución) se ha sofocado. Muchos jóvenes que estaban tan ansiosos por reconstruir el país y su sistema económico y político abandonaron la lucha. Todo lo que quieren ahora es salir de este infierno que es el Líbano. Irónicamente, la destrucción del puerto y sus alrededores sólo ha dejado un punto de referencia: la llamada estatua del "emigrante libanés". Copia en bronce de una tonelada y media firmada por el escultor Ramiz Barakat; la obra, que aún permanece frente al puerto en la rue Charles Hélou, representa a un hombre vestido con las ropas de un campesino libanés del siglo XIX, de espaldas a las montañas y con la mirada vuelta hacia el mar y las tierras lejanas hacia donde espera partir y hacer fortuna.

El Líbano es una tierra de inmigración y el capital humano forjado a través de una tradición de educación en Occidente, ha sido durante mucho tiempo un medio para escapar de los dramas que han marcado la vida del Líbano. Y también se puede considerar que la capacidad del emigrante libanés para soportar los golpes, para sobrevivir y prosperar en las condiciones más duras, se forjó en las llamas mismas del infierno libanés. Los libaneses se enorgullecen de los logros de sus ciudadanos y sus descendientes en el extranjero y dependen en gran medida de las remesas del exterior. Pero los controles informales de capital impuestos por los bancos libaneses hoy hacen que tales estrategias sean imposibles. Las familias ya no pueden transferir fondos a los hijos que van a estudiar al extranjero, y sólo los estudiantes previamente matriculados en universidades extranjeras pueden recibir transferencias bancarias desde el Líbano. Hoy el país está cerrado y el capital financiero y humano fluye principalmente en una dirección: el exterior.

La capacidad para una reconstrucción requerirá esta vez de una chispa de vida proveniente del exterior, ya que los libaneses están abatidos, agotados por su constante lucha por la supervivencia. Para recuperar la voluntad de reconstruir necesitarán de la ayuda de los migrantes que han encontrado un respiro en otros lugares, pero también de donantes y organizaciones. Los rumores acerca de la próxima eliminación de los subsidios a productos básicos como la gasolina o el trigo amenazan con aumentar los índices de pobreza y suscitar el temor de que se produzca una hambruna.

La última gran hambruna en el Líbano (llamada “La gran hambruna”) tuvo lugar hace un siglo y mató a más de la mitad de la población. Pero también anunció el nacimiento de un nuevo país, que tuvo lugar en 1943 con el Pacto Nacional. El poeta y escritor libanés-norteamericano en el exilio, Gibran Khalil Gibran, lo expresó bien cuando declaró en Alas Rotas: "Del sufrimiento han surgido las almas más fuertes, los caracteres más sólidos están plagados de cicatrices".

 

Rola El-Husseini es Profesora del Centro de Estudos para el Medio Oriente de la Universidad de Lund (Suecia) y miembro del Consejo Científico del CAREP - Centre Arabe de Recherche et d'Études Politiques (Francia).

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