17/07/2020
La pandemia de Covid-19 parece entrañar un cambio cultural de escala casi planetaria.
En el marco de una sociedad virtual hipercomunicada, circulan imágenes de rasgos apocalípticos, en medios de condiciones de cuarentena y reclusión para centenares de millones de personas.
La primera consecuencia de ello son los cambios abruptos en las pautas de interacción personal. En un plano más general, la brusca caída de actividades turísticas y de transporte de personas y un duro golpe tanto a la economía global como a la local.
La respuesta, con base en las pautas de la sociedad de la información, ha sido una fuerte reconversión de muchos servicios públicos y privados en clave digital (educación, capacitación, retail, servicios varios).
En su conjunto, estos rasgos parecen configurar una nueva pauta de sociabilidad, tal vez un cambio civilizatorio. Se especula sobre si sobrevendrán cambios geopolíticos cruciales, o si sólo se acentuarán, como consecuencia de la emergencia sanitaria, las tendencias preexistentes.
La “nueva normalidad”, el desconfinamiento, que a mediados de 2020 los países, a diversos ritmos, intentan ensayar, pretende disimular el brutal cimbronazo sobre las conciencias, los cuerpos y las sociedades.
Hay múltiples debates en juego: cuál es o pudiera haber sido la mejor gestión pública de la crisis sanitaria; las implicaciones sociales de la respuesta de cuarentena forzada, que afecta a todos, y en particular a los sectores socialmente más vulnerables; el valor y los límites de la responsabilidad personal en la gestión de la pandemia; el significado de ésta para la economía capitalista y cómo será el día después…
Sin embargo, contemporáneos del apocalipsis de ciertas formas culturales, debemos ser auto vigilantes en cuanto al augurio precipitado del Apocalipsis now. Al repasar la historia del siglo XX, y en particular la historia de las relaciones internacionales, se constata con inquietud que la terrible “gripe española” de 1918-1920 carece a veces de una nota al pie de página en algunas obras de referencia. Pasó por los cuerpos y las almas, como la peor pandemia de la modernidad (en cuanto al número de víctimas), pero parece no haber sido digna de registro [1].
¿Acontecerá lo mismo con la pandemia del Covid-19, registrable esta vez sí, unilateralmente por la historia económica, como la causa de una tremenda depresión del PBI mundial? ¿Acaso también, por la historia de la educación o por la de la aviación civil, como ámbitos culturales e industriales impactados?
La pandemia del Covid-19, un tipo de coronavirus, parece haberse originado en un mercado de animales exóticos en Wuhan, China, donde el virus se habría comunicado entre especies animales mantenidas en condiciones de hacinamiento (murciélagos, pangolines) y de éstos al ser humano.
Algunos han querido rastrear el origen de la práctica del comercio de animales salvajes y exóticos en la China contemporánea a ciertas medidas tomadas como resultado de hambrunas provocadas por la llamada Revolución Cultural, una dura crisis alimentaria que coadyuvó al golpe de timón de China en dirección al capitalismo.
En esta hipótesis, la expansión y profundización del capitalismo chino, con nuevas demandas de consumo mantuvo y exacerbó el comercio de especies salvajes, mal mantenidas en cautiverio.
No he estudiado el punto, y no puedo afirmarlo, pero si fuera cierto este enlace de eventos históricos, habría que fijar de algún modo los orígenes de las condiciones socioeconómicas de la pandemia en cataclismos previos, sociales y políticos, y éste sería un insumo conceptual que permitiría prever el casi seguro advenimiento de futuras epidemias y pandemias.
Más allá de antecedentes históricos, las características del virus responsable de la pandemia, aparentemente obvios y triviales para nosotros sus amenazados contemporáneos, son relevantes y merecen una revisión:
-Una tremenda capacidad de contagio y la mutación del virus, que parece volverse más letal en ausencia de obstáculos.
-Un largo período de incubación asintomático, que facilita el contagio silencioso.
-Un cierto carácter “bio-político”: el virus no constituye sólo un fenómeno natural, una cadena de material genético y de ARN, sino que, dadas las anteriores características, constituye además de un riesgo para la salud de las personas, también una tremenda amenaza para la salud de los sistemas de salud, lo que pone así en marcha una serie de mecanismos biopolíticos.
Su aparición inicial descontrolada ha hecho víctimas a las personas, y también a los sistemas sanitarios, especialmente en países con mayor proporción de mayores de 65, o que no sostuvieron la inversión en el sistema sanitario o que no tomaron medidas rápidas de contención.
Es por tanto un virus con una consecuencialidad política muy marcada y totalmente nueva, diferente a la de otras pandemias. La “gripe española” no tenía ese carácter pues el Estado de bienestar -sean cuales sean sus diferencias entre países, a veces muy marcadas- aún no había sido construido.
Fue Michel Foucault, en una Conferencia en la Universidad Estadual de Río de Janeiro, en 1974, quien acuñó en las ciencias sociales (luego de Kjellén, que la empleara en otro sentido, organicista) el concepto de biopolítica:
“El control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista es lo bio-político lo que importa, ante todo, lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica, la medicina es una estrategia biopolítica”.
Hoy los mecanismos biopolíticos parecerían comportar una dimensión de dominación, pero también una cierta potencialidad emancipatoria.
Desde el punto de vista político, la pandemia ha permitido constatar la relevancia del Estado nacional, y de los Estados provinciales o regionales, amén de la sociedad nacional, como espacio clave en la construcción de decisiones, movilización de recursos e implementación de acciones efectivas; y, por contraste, ha desnudado la ausencia de los grandes espacios mundiales o regionales (Naciones Unidas, Unión Europea, CELAC, Mercosur) salvo algunas excepciones, como lo serían el Banco Central Europeo, o la Organización Mundial de la Salud. [2] [3]
Más allá del catálogo de las peripecias de la pandemia de Covid-19 parece claro que, como toda situación límite, la emergencia ha construido espacios de ensimismamiento compartido, de nueva reflexividad sobre el sentido de la vida, la finitud y el valor de nuestras construcciones culturales.
Y constituye, en especial para las instituciones de educación superior, y para los practicantes de la producción simbólica, del arte y la cultura, una notable oportunidad para repensar a fondo el mundo construido en las primeras dos décadas del siglo XXI, y para desplegar un nuevo humanismo no antropocéntrico, que pueda dar cuenta del futuro.
Enrique Martínez Larrechea es Doctor en Relaciones Internacionales e investigador en el SNI de Uruguay. Ex Director Nacional de Educación de ese país en dos oportunidades, es actualmente Rector organizador de la Fundación Instituto Universitario Sudamericano (IUSUR). www.iusur.edu.uy – iusur@iusur.edu.uy
[1] La mal llamada “Gripe Española”, originada en Estados Unidos en 1918 y difundida en Europa a partir de movimientos de tropas militares en el contexto de la Primera Guerra Mundial, cobró la vida, según estimaciones, de entre 20 y 40 millones de personas.
[2] https://www.youtube.com/watch?v=jTcYwnGAZy4
[3] https://www.argentina.gob.ar/argentina-futura - Carreriras, Helena y Malamud, Andrés (2020) Geopolítica del Coronavirus, p.106, en: Grimson, Alejandro, coordinador (2020) El futuro después del COVID-19. Buenos Aires: Argentina Unida
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/el_futuro_despues_del_covid-19_0.pdf
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