18/06/2024
En un reciente artículo publicado aquí, mi amigo Aníbal Jozami descifra los resultados de las elecciones europeas que acaban de celebrarse. En la relevante conclusión de su análisis, señala: "Europa parece haber girado hacia la derecha, pero no hacia su extrema decadencia, y no hay nada que indique que haya abandonado su vocación integradora y europeísta". Comparto las observaciones, así como la conclusión bastante tranquilizadora para cualquiera que confíe en una forma de continuidad y estabilidad en un mundo disruptivo y volátil. En su nueva composición, el Parlamento Europeo en Estrasburgo debería reflejar normalmente la elección hecha por la mayoría de los votantes, desde el extremo occidental de Irlanda hasta la frontera polaca con Rusia y desde el Círculo Polar Ártico finlandés hasta Chipre, a tiro de piedra de Oriente Próximo, o Algeciras en las fronteras del continente africano. Nada que pueda alterar profundamente los equilibrios continentales en un momento en el que dos grandes conflictos se libran a dos horas en avión de Roma, en un momento en el que se espera que las próximas elecciones estadounidenses tengan un impacto diferente en el pueblo de Estados Unidos y, en consecuencia, dada la influencia internacional de Washington, en el planeta en su conjunto.
Una elección puede esconder otra
Evidentemente, la anunciada continuidad de la Unión no debe ocultar las convulsiones que sacuden a varios Estados miembros. No necesariamente se traducirá en una estabilidad garantizada en todos los países. El caso de Francia, en particular, merece especial atención.
En la noche de las elecciones, ante una ola de protestas en su contra, lo cual beneficio a la derecha radical de Marine Le Pen, que era el partido líder en Francia por primera vez, el presidente Emmanuel Macron utilizó una de sus prerrogativas constitucionales y disolvió la Asamblea Nacional. Para ello, convocó a elecciones legislativas que se llevarán a cabo en dos vueltas, el 30 de junio y el 7 de julio. Es cierto que, desde su reelección en 2022, el presidente solo ha tenido mayoría relativa en la Asamblea Nacional, lo que le ha obligado a entablar negociaciones interminables y generalmente estériles con la oposición. Sorprendidos, los franceses se preparan para esta inesperada cita electoral en un ambiente febril y deletéreo en el que se hacen y rompen alianzas a un ritmo acelerado. Atónitos, los votantes observan las maniobras de los partidos, los tratos tras bambalinas, que parecen estar fuera de sintonía con el descontento expresado de manera mordaz en todo el país. ¿Cuáles son las razones de la desautorización infligida al joven presidente que llegó al poder hace siete años y fue reelegido hace dos años?
Las razones del enojo
Hay tres razones principales para ello -sin justificarlo, en mi opinión-: en primer lugar, los votantes obviamente querían castigar al gobierno por la pérdida de poder adquisitivo y, aunque no fuera el tema de la votación, la oportunidad les parecía demasiado buena porque en principio no tenía consecuencias a escala nacional -no habían previsto la disolución-; los franceses también se han pronunciado en contra de una Europa con fronteras borrosas, literal y figurativamente, y más particularmente, contra la inmigración percibida como una amenaza -para su seguridad en particular- porque es más impuesta que requerida; por último, expresaron su decepción por una Europa de normas que consideran insoportable, un sentimiento expresado con vehemencia por los agricultores en particular (una reacción paradójica ya que estamos en una sociedad obsesionada por poner normas a todos los aspectos de la vida, al igual que muchos agricultores han olvidado que deben su supervivencia a la PAC, Política Agrícola Común, y solamente ven el control sobre sus actividades -quisquilloso, es cierto- que de ella se derive). Como vemos, los partidos más radicales han prosperado sobre todo gracias a los miedos: miedo al empobrecimiento, miedo al otro y miedo a la pérdida de soberanía. Esto es tanto más sorprendenteesto es aún más sorprendente, dado que los estudios académicos muestran que, aunque los ciudadanos temen a la máquina europea, que consideran incontrolable, siguen profundamente apegados a los valores democráticos, al euro y a la seguridad que creen que garantiza la Unión.
A estas razones, yo añadiría una cuarta: la radicalización del debate político, instrumentalizada por un lado por las redes sociales -estamos asistiendo a una TikTokización del lenguaje político, extremadamente brutal y esencialmente basada en la inmediatez- y por otro lado por los medios de comunicación que han olido sangre, y se entregan a una énfasis en el análisis, a menudo desconectados de la realidad sobre el terreno. No culpo a los portadores de mensajes, simplemente digo que la expresión sin filtros de las redes sociales y la dramatización escenificada por los canales de noticias continuas, que son factores que distorsionan las tendencias y amplifican las amenazas.
Necesidad de aclaración
Ante esta situación, dueño del tiempo, el Presidente de la República tomó una decisión drástica, la de la disolución -tenía otras a su disposición- desencadenando un verdadero terremoto. No porque lo pidiera el Rassemblement national - la decisión se tomó antes ya que se anunció a los pocos minutos del cierre de las urnas-, sino para "aclarar" el juego político e institucional del que, en virtud de su función, le corresponde. Es una apuesta arriesgada, como lo confirman las encuestas y las fuertes replicas que siguieron al terremoto.
Para empezar, la aclaración esperada no parece haberse producido. Según una encuesta, el 75% de los franceses no estaban convencidos de los argumentos esgrimidos por Emmanuel Macron. La recomposición del panorama político, actualmente en curso, no ha quedado mucho más clara a estas alturas, al menos para los ciudadanos. El hecho es que parece conducir a una redistribución de la oferta política en tres bloques coherentes pero heterogéneos que no sustituyen la tradicional división derecha-izquierda, sino que la complican y amplifican radicalizándola. Sí, es cierto, el votante pasará de elegir en las elecciones europeas entre treinta y ocho listas, ¡38! varias de las cuales solo han recogido, en el mejor de los casos, unos pocos votos dispersos, para, a final de mes, elegir entre tres bloques principales: la mayoría presidencial, aturdida por las elecciones del 9 de junio, unida en apariencia pero sin duda dividida por luchas internas amortiguadas con vistas a la conquista del liderazgo, ya que Macron no podrá volver a presentarse en 2027; un bloque de izquierdas, el Nouveau Front populaire –en referencia a sus orígenes– dominado por la izquierda radical liderada por Jean-Luc Mélenchon (que se salvó por la disolución cuando era amenazado con desaparecer en la trampilla de la historia) tratando de dar oxígeno a una familia política asfixiada por sus divisiones, federándola contra la amenaza que representaba el partido de Marine Le Pen; y este último partido, le Rassemblement national, surfeando en la ola azul marino que le dio una clara victoria en las elecciones europeas y que, "normalizado" por su presencia en la Asamblea Nacional desde 2022, podría ganar mañana una amplia mayoría parlamentaria y ser llamado mecánicamente a formar el próximo gobierno.
Un cálculo incierto
Muchos dicen que el cálculo del presidente fue confiar a Le Pen -o a su "criatura", el joven Jordan Bardella- la tarea de formar gobierno en una nueva y cuarta "cohabitación" (una situación en la que el ejercicio del poder se reparte entre un presidente de la República elegido por mayoría directa y un primer ministro apoyado por una mayoría diferente en la Asamblea Nacional) con la esperanza de que los votantes le den la espalda en 2027 con motivo de las elecciones presidenciales. Intentaría así reproducir el escenario que benefició a François Mitterrand en 1986 contra Jacques Chirac, en 1993 a favor de Chirac contra la izquierda, y en 1997 a favor de Chirac de nuevo contra Lionel Jospin, el primer ministro de izquierdas eliminado en la primera vuelta en 2002 tras cinco años de gobierno, y Jean-Marie Le Pen -padre de su hija- en la segunda vuelta después. Pero la historia no repite los platos indefinidamente. En primer lugar, todos los protagonistas ya saben cómo funciona la convivencia y todos tendrán cuidado, si la situación se produce, de hacer todo lo posible para cambiar el resultado final. En segundo lugar, está claro que Francia se embarca en un largo período de polarización que estará marcado por un agrio debate político, a expensas de la economía y la estabilidad del país. Es probable que esta indefinición agrave la ansiedad latente de los franceses.
El miedo al miedo
En mi opinión, las cuatro razones expuestas anteriormente y que explican la situación actual se derivan en gran medida de la profunda angustia que se ha apoderado de este país envejecido, consciente de su fragilidad en un mundo que experimenta profundos cambios. Los conflictos en Ucrania y Oriente Próximo, que revelan la continua fragmentación del orden internacional instaurado tras la Segunda Guerra Mundial, la evolución de la globalización y la amenaza -percibida- que suponen los países emergentes, el calentamiento global y sus efectos y la vertiginosa revolución digital de la inteligencia artificial, son transformaciones existenciales que preocupan a los europeos en general y a los franceses en particular. Estamos experimentando aquí un "gran miedo" –miedo a la inseguridad, miedo a la inmigración, miedo a los riesgos para la salud, miedo al cambio climático– que es equivalente al que se experimentó a principios del primer milenio. Parece que casi uno de cada dos franceses tiene miedo del mundo y que la otra mitad tiene miedo de los que tienen miedo. Con razón o sin ella, Francia tiene miedo de sí misma, de su vulnerabilidad frente a un mundo que ya no reconoce. Angustiada, hoy se siente tentada por replegarse sobre sí misma, por excluir al otro, y por las soluciones simplistas a problemas complejos que le proponen nacionalistas, populistas y demagogos.
Pierre Henri Guignard: ex embajador de Francia en Argentina (2016-2019), publicó este mes una biografía: "El último diplomático escritor: la vida de Pierre-Jean Remy, Excelencia inmortal" (L'Harmattan).
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