09/10/2020

Pero quizás hay una llave…

Hablar de Rusia es hablar de varios temas al mismo tiempo. Por eso es que me gusta utilizar la figura de la matrioshka: Rusia es Rusia dentro de otras Rusias.

A Rusia hay que ir abriéndola y descubriéndola…

Un país:

- de más 17 millones de km2;

- 146 millones de habitantes;

- transcontinental;

- con once husos horarios;

- que limita con 16 países: Noruega, Finlandia, Estonia, Letonia, Bielorrusia, Lituania, Polonia, Ucrania, Georgia, Azerbaiyán, Kazajistán, República Popular China, Mongolia, Corea del Norte, Japón y Estados Unidos;

- de 160 grupos étnicos que hablan más de 100 idiomas;

- donde la Federación Rusa consiste en un gran número de subdivisiones políticas diferentes: 85 sujetos federales.

- que históricamente es la Rusia de Kiev, de la influencia mongol, de la dinastía Romanov, de más de 70 años de Unión de Repúblicas Soviética y, ahora, de la Federación de Rusia…

Rusia que, en sus diversas etapas históricas, construyó y acumuló su esencia nacional.

Por eso es que, entiendo, se desconoce a Rusia o se la malinterpreta con prejuicios.

Un buen ejemplo de ello es que siempre se cita la famosa definición de Winston Churchill en el sentido que Rusia es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma. Pero Churchill no dijo sólo esto, a continuación agregó: “Pero quizá haya una llave”. Esa llave es el interés nacional de Rusia.

Para conocer a Rusia primero hay que descubrirla y luego entenderla y descubrirla; la clave está en su interés nacional, diseñado y elaborado a través de más de mil años y que se manifiesta, particularmente, a través del alma rusa.

Es así que a Rusia hay que aproximarse a través de, por lo menos, tres categorías -historia, geografía y cultura- que desde el año 988, cuando se produce la cristianización de la antigua Rusia por parte del santo príncipe Vladímir, han ido alimentando lo que se denomina el alma rusa: aquella de la que hablan Fiódor Dostoievski, Nikolái Gógol y Lev Tolstói, y pintada magistralmente en sus iconos por Andréi Rubliov .

El alma rusa se arraiga en la historia de Rusia, en las invasiones, en los sufrimientos y desgracias de más de un milenio de historia.

Para sobrevivir en estas condiciones y no entregarse y rendirse, el ruso es cauteloso y paciente, pero también temerario y orgulloso.

Ingenioso y divertido, la broma rusa puede ser sarcástica y hasta amarga. Pero es un pueblo feliz y que siempre ríe.

La belleza salvará al mundo, escribía Fiódor Mijáilovich Dostoyevski; belleza que para él no es sólo estética: posee una dimensión ética y religiosa.

 

Ricardo E. Lagorio es politólogo y experto en Relaciones Internacionales. Miembro del Instituto de Servicio Exterior de la Nación, es actualmente Embajador de Argentina en Rusia.

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