15/06/2020

Inseguridad: Los desafíos de la post-pandemia

 

El Covid-19 seguramente pasará. Tal vez arrastremos aún alguno de sus resabios, pero en algún momento nos sentiremos confiados como para intentar volver a nuestras vidas normales ex ante. Lo más probable es que la nueva normalidad ya no sea la misma que la anterior. Muchas cosas habrán cambiado.

En lo social y económico, ya sabemos que nos esperan años durísimos. Una crisis económica feroz, un sistema sanitario golpeado, sistemas educativos muy rezagados, altas tasas de desocupación y escasez de empleos, tensiones sociales importantes. Nos espera una monumental tarea de reconstrucción, ante una crisis cuyos impactos tienen un dejo de similitud con la otra gran hecatombe del siglo: la del 2001.

El legado de aquella crisis nos golpea hoy, aún antes de la pandemia. Del 2001 heredamos una generación entera de “cartoneros”, altos niveles de deserción escolar secundaria, un crecimiento fenomenal de la informalidad laboral, un marcado deterioro habitacional, bajos niveles de ahorro interno, entre otros. No sólo estos procesos se han agravado, sino que no han sido solucionados en los 18 años transcurridos.

 

¿Aumentará el crimen?

En un primer momento la cuarentena tuvo un efecto virtuoso sobre la inseguridad. La gran mayoría de los delitos disminuyeron considerablemente. No tenemos aún datos de todo el país, pero de acuerdo con la información parcial de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Mendoza, la mayoría de los delitos se redujeron en más de 30% durante las primeras semanas posteriores al inicio de la cuarentena. Es muy probable que esta tendencia sea compartida por las demás provincias. Los homicidios y robos han disminuido porque las “oportunidades” para robar o los conflictos violentos que derivan en muertes, se han reducido significativamente.

Hay también indicios de que los mercados de drogas ilícitas se han contraído, tanto a nivel internacional como doméstico. Las razones son múltiples: los cierres de fronteras dificultan el transporte ilegal de drogas, y la suspensión de algunas exportaciones de precursores químicos desde China ha provocado también un shock de oferta de drogas sintéticas. Aunque la venta callejera de drogas se va reemplazando por los “deliveries”, se ha visto cierta escasez en la oferta de droga y esto ha provocado paradojalmente, algún grado de violencia.

Como se sabe, sí crecieron los llamados delitos domésticos. La mayor frecuencia y crispación en relaciones domésticas problemáticas ha provocado mayores casos de abusos y violencia. Aunque no hay datos completos, y hasta puede haber serios problemas de sub-registros, los delitos que obedecen a conflictos de interacción personal se intensifican en la medida en que los contactos interpersonales en el hogar sean frecuentes.

Tales patrones delictivos no sólo se han registrado en nuestro país, sino que son tendencia mundial. Un estudio en ciernes, en el que participa el CELIV de la UNTREF y que está liderado por el prestigioso instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, va a indicar próximamente que los primeros dos meses desde el inicio de las respectivas cuarentenas, la abrumadora mayoría de las ciudades del mundo han tenido reducciones significativas de homicidios y robos (entre un 15% y un 60%).

En resumen, “quedarnos en casa” replanteó momentáneamente la ecuación criminal. La gran mayoría de los delitos ha disminuido ya que las oportunidades para delinquir y la demanda por productos robados también ha caído. En la Argentina, este llamado “delito de oportunidad”, o sea los delitos que buscan primordialmente obtener una renta a través del mismo, son los preponderantes, y por lo tanto su impacto en la reducción temporal de la criminalidad es marcado.

 

Lecciones

Cualquier pronóstico acerca del efecto del Covid-19 en la inseguridad no será más que una quimera. Es imposible saber hoy como se comportará la criminalidad en un futuro, ya que el delito es multicausal, y desconocemos la magnitud que tendrán factores como el desempleo, la pobreza, los mercados ilícitos, la desigualdad, los factores demográficos,  las armas de fuego y tantas otras variables asociadas al delito.

Sin embargo, las severas crisis anteriores pueden servirnos de guía acerca de los efectos que tienen en la inseguridad. Desde luego que cada crisis social y económica es distinta, pero algunos rasgos compartidos pueden instruirnos para imaginar escenarios posibles hacia el futuro. Las dos crisis más severas desde 1983 han sido la transición de 1989, y la crisis de 2001. ¿Qué ocurrió con el delito después de esas crisis?

De la crisis de 1989 sabemos poco, porque simplemente los datos sobre actividad delictiva previa a la hiperinflación y la recesión de esos años eran muy pobres o inexistentes. Al no saber cuál era la tasa de robos o lesiones en los 80, no podemos evaluar comparativamente el desempeño de estos indicadores en los 90. En cambio, existen algunos datos acerca de las tasas de homicidio, y en el AMBA entre 1986 y 1988 su promedio era de 3.5 por cada 100,000 habitantes. Diez años después, entre 1996 y 1998 esta tasa ya alcanzaba en promedio los 5.1 homicidios por cada 100,000 habitantes, o sea un crecimiento de al menos 35%. No deberíamos sacar serias conclusiones de un solo dato, pero no sólo la sensación de inseguridad había crecido   en los 90: también hay registros duros que así lo sugieren.

De la crisis del 2001 aprendimos mucho más. El año 2002 es el que registra las tasas más altas de homicidios y de delitos contra la propiedad, en la historia reciente de nuestro país. Luego de una pronunciada suba, las tasas comienzan a disminuir a partir de 2003. Mientras que entre 1993 y 1998 la tasa promedio de hechos delictuosos fue de 2147 por cada 100,000 habitantes, diez años después, o sea entre 2003 y 2008 el promedio anual había crecido a 3212, un aumento del 49%. Es decir, aunque el pico de la curva de delitos se produce en 2002, la inseguridad nunca regresa a los niveles pre-crisis. Es difícil evaluar el desempeño entre 2009 y 2015 por falta de estadísticas durante esos años. Sin embargo, los niveles delictivos de los 5 años recientes, no son menores a los de la década anterior, y en términos de delitos contra la propiedad parecen ser aún mayores.

En los últimos 18 años, la Argentina ha hecho inversiones considerables para atender el reclamo ciudadano por la inseguridad. El número de agentes policiales se más que duplicó. También hubo un crecimiento notable en la Justicia penal, ya que se incorporaron muchos nuevos jueces, fiscales y peritos. Asimismo, el número de personas privadas de su libertad aumentó de  25,000 en 1996 a más de 100,000 en nuestros días. Se han endurecido penas, se ha invertido en tecnología, se ha incorporado y capacitado personal, y a pesar de esta gran inversión en recursos no hemos observado un cambio significativo, ni una reducción importante de los delitos.

 

¿Qué es posible esperar?

La post pandemia presentará un gran desafío en materia de inseguridad. Si las lecciones recientes son indicativas, es lógico esperar un aumento tal vez significativo de la actividad delictiva. Las crisis disparan mecanismos de propagación de conductas ilícitas, que luego se sostienen en muchos ámbitos y a través del tiempo. Cambian la ecuación del crimen y lo hacen más factible.

Las recesiones profundas o las de largo aliento alteran los equilibrios entre las tendencias delictivas y las fuerzas que procuran contenerlas. Si en un momento pre-crisis un porcentaje X de jóvenes decide delinquir, y durante la crisis ese porcentaje se duplica, cuando se sale de la crisis no se vuelve al statu quo anterior. Dependiendo de las condiciones generales, una fracción de esos “nuevos transgresores” sigue incurriendo en robos, venta de drogas, extorsiones, etc. Solo en los casos de fuertes mercados laborales y de salarios altos se logra ocasionalmente neutralizar la resiliencia de ciertos jóvenes a permanecer en la actividad delictiva.

Es importante destacar que, si las condiciones económicas generales mejoran, pero sin equidad en los ingresos, esto puede producir aún más crimen, como se ha visto en las últimas dos décadas en toda la región. A pesar de los buenos años de “commodities” y de reducción relativa de la pobreza en América Latina entre 2003 y 2014, el delito no obstante creció. Esto es porque aumentó la demanda agregada por productos robados, generando un gran mercado de bienes que se originan en actos delictivos. Esa demanda, paradójicamente, impulsó el delito también en Argentina.

Las crisis generalmente disparan un rápido crecimiento del delito que luego es muy difícil revertir. Si estas crisis son de corta duración (algunos meses), entonces los mecanismos de contagio y propagación de la actividad delictiva que se desatan en las crisis, no logran consolidarse. Son pocos los “nuevos transgresores” que incurren en actividades ilícitas. Pero si las crisis son prolongadas (años) la proclividad hacia los ilícitos aumenta, y la reversión posterior se reduce. Asimismo, si para muchas personas las actividades ilícitas son más rentables o son prácticamente el único recurso de ingresos, será muy difícil para las autoridades contenerlo. Las políticas públicas distributivas desde el estado pueden desincentivar el delito, pero habrá que ver si las transferencias pueden ser económicamente sostenibles en el tiempo, a la luz de una crisis fiscal profunda.

Las lecciones anteriores indican que las crisis son propulsoras de crecientes tasas delictivas, y que luego de un pico, la inseguridad decrece, pero ya no regresa a los niveles anteriores. Las crisis suelen generar nuevos y más altos pisos de criminalidad. Sólo un prolongado período de crecimiento económico con equidad y de políticas públicas efectivas puede reducir paulatinamente la actividad delictiva. Si las crisis son profundas y prolongadas, desde luego la tarea será más difícil. La gran depresión del 2001 ya va a cumplir dos décadas, pero en el campo de la inseguridad sus secuelas persisten.

Desconocemos aún la profundidad y la extensión de la crisis que ocasionará esta pandemia. Es factible que deje heridas severas. Sin embargo, también está produciendo niveles de solidaridad y de acatamiento a las normas, hasta ahora desconocidos en nuestra sociedad. No sabemos cuál puede ser el impacto real. Si las lecciones de crisis previas son guías, nos esperan años difíciles que nos interpelan para ser creativos y con instituciones sociales eficaces. Será clave no repetir errores pasados para que no elevemos nuevamente nuestro piso de inseguridad.

 

 

Marcelo Bergman es Director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre Inseguridad y Violencia de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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