17/04/2020
La cuarentena provocada por la pandemia ha generado fenómenos tales como el regreso de peces y cisnes a los canales de Venecia, la invasión de monos enfurecidos en algunas ciudades de Tailandia y la presencia de ciervos en las calles de Japón y de zorros en Londres.
Mucho menos bucólico, pero también tangible, ha sido el súbito (y tal vez en muchos casos aparente) reconocimiento por parte de la sociedad de trabajadoras y trabajadores normalmente invisibles, pero esenciales, como son los que proporcionan cuidados domiciliarios y otras tareas, como las personas encargadas de limpieza y seguridad en hospitales, calles, grandes establecimientos y ni hablar de todo el personal sanitario, desde médicos y enfermeras, hasta técnicos, camilleros y laboratoristas. Estas tareas no agotan en absoluto la lista de trabajadores y trabajadoras mal pagos, que gozan de poca consideración social y están, por lo general, precarizados. Hoy, estos trabajadores son aplaudidos desde nuestros balcones y ventanas, mientras mantienen en movimiento a un mundo paralizado por el coronavirus.
Hablemos en particular de los cuidados domiciliarios. Tomando en cuenta los cambios demográficos y la creciente cronicidad de muchas afecciones, el trabajo de cuidados resulta cada vez más indispensable. En 2015, 2.100 millones de personas, tanto jóvenes como mayores, necesitaron cuidados. De aquí a 2030 se prevé que el número de beneficiarios de cuidados aumentará en 200 millones. Y, en el escenario de la pandemia producida por el COVID-19, los cuidados domiciliarios, mayormente desempeñados por mujeres, resultan esenciales en un momento en el que las personas ancianas o con problemas de movilidad no pueden salir de sus hogares.
Antes de la llegada de la pandemia, la Organización Internacional del Trabajo ya afirmaba que, si no se afrontan de manera adecuada, los déficits actuales en la prestación de servicios de cuidado y su calidad crearán una grave e insostenible crisis del cuidado a nivel mundial y aumentarán más aún la desigualdad de género en el trabajo. La disponibilidad y la calidad de los servicios de cuidado depende de una fuerza laboral formada adecuadamente, que disfrute de condiciones de trabajo decentes y de salarios acordes a sus aptitudes y competencias.
Sin embargo, el trabajo de cuidados está sistemáticamente infravalorado y mal remunerado. Los trabajadores del sector de cuidados -cuya mayoría son mujeres y, de manera desproporcionada, migrantes y de color- muy a menudo experimentan discriminación e inseguridad laboral, en particular contratos de cero horas, salarios bajos, malas condiciones laborales y violencia y acoso en el trabajo. Muchas de ellas se ven obligadas a tener varios empleos para subsistir. Las medidas de austeridad, la desinversión pública y la externalización aceleran la precarización de las condiciones y la informalidad de los trabajadores del sector de cuidados, en particular del creciente número de trabajadores del hogar y de quienes prestan servicios de cuidado a domicilio. En Europa y en algunos países de las Américas, la entrada en el sector de multinacionales que no rinden cuentas y están mal reguladas, como el caso de Orpea, multinacional francesa con una amplia expansión en instituciones dedicadas a la geriatría, hace que disminuya aún más la calidad de los empleos en el sector y de los servicios de cuidado.
La inversión en los cuidados como bien público, combinada con el respeto de los derechos de los trabajadores a la representación sindical, a la negociación colectiva y a un salario mínimo digno, puede invertir las tendencias actuales y evitar una crisis del cuidado a nivel mundial. No puede soslayarse el hecho de que se trata de una fuerza de trabajo difícil de organizar, fundamentalmente por sus condiciones de aislamiento. Sin embargo, en varios lugares del mundo existen experiencias exitosas de sindicalización que han mejorado de forma radical las condiciones de vida de los y las trabajadoras del cuidado. Se impuso en todos los casos un cambio radical de estrategias de sindicalización y un gran esfuerzo de las organizaciones para buscar pacientemente a cada trabajador fuera del propio escenario de trabajo y lograr construir una agenda común. En estos esfuerzos, es también esencial el apoyo de un Estado presente, que estimule la organización de sectores vulnerables y desprotegidos, y los empodere.
Durante esta inédita crisis que estamos experimentando, los trabajadores y las trabajadoras del cuidado son considerados como servicios esenciales. Pero como dice la central sindical española Comisiones Obreras, “Trabajadoras a domicilio, más importantes que nunca, tan olvidadas como siempre”. La confederación sindical “quiere resaltar la labor de este colectivo que está abordando la crisis del COVID-19 con gran entereza, pero sin la protección adecuada. Aunque las empresas mantienen protocolos de seguridad específicos frente al virus, existe sin embargo una carencia de los equipos de protección personal (EPP) necesarios en la mayoría de los casos. Esta situación ha llevado a que muchos usuarios prescindan de los servicios por miedo al contagio”.
La Secretaria General de UNI Sindicato Global (entidad sindical mundial que agrupa a más de 20 millones de trabajadores en la economía de los servicios y el conocimiento) se ha dirigido a la Organización Mundial de la Salud solicitando que actualice sus Orientaciones Técnicas Provisionales para dejar en claro que los trabajadores de atención domiciliaria deben incluirse como trabajadores de la salud a los efectos de los EPP. "Estos trabajadores brindan atención a una población que es vulnerable al virus (ancianos, enfermos crónicos y discapacitados), pero a menudo no se les otorga la condición de trabajadores esenciales de la salud", expresó Christy Hoffman en su carta. “Ahora también están apoyando a los pacientes que son dados de alta del hospital para liberar espacio para casos urgentes de COVID-19. Estos trabajadores no sólo corren el riesgo de contraer la enfermedad, ya que las personas pueden contagiar aun sin tener síntomas, y también los síntomas pueden confundirse con otras enfermedades, sino que sin la protección adecuada pueden convertirse en vectores de transmisión a otras personas”.
En la carta enviada al Director General de la OMS, Doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, Hoffman hizo las siguientes sugerencias para actualizar o desarrollar nuevas pautas específicas para los trabajadores de atención domiciliaria:
Equipos de protección personal obligatorio y suficiente para los trabajadores de atención domiciliaria.
Los trabajadores de atención domiciliaria deben recibir máscaras, batas y guantes, así como desinfectantes, equipos estériles y otros EPP para todas las visitas a sus pacientes.
Capacitación para trabajadores de atención domiciliaria sobre COVID-19 e información regular.
Pocos trabajadores de atención domiciliaria han recibido capacitación formal en prevención de enfermedades infecciosas. La capacitación relacionada con COVID-19 es esencial para mantenerlos seguros a ellos y a la comunidad. La información también debe ser actualizada constantemente a medida que aprendemos y comprendemos más sobre la transmisión de COVID-19.
Prioridad en el acceso a los test de diagnóstico para trabajadores de atención domiciliaria.
La pandemia desatada por el coronavirus no hizo más que visibilizar las más que precarias condiciones de trabajo de quienes hoy son fundamentales para sostener la vida colectiva. El tremendo rastro que dejará sobre nuestras sociedades y economías no debe de hacernos olvidar a estas mujeres y hombres que, siendo imprescindibles, son constantemente invisibilizados.
Adriana Rosenzvaig es asesora para asuntos internacionales en la Federación de Asociaciones de Trabajadores de la Sanidad Argentina (FATSA). En el año 2000, en su calidad de Secretaria General de la Federación Gráfica Internacional, fue parte de la creación de UNI, organización en la que se desempeñó como jefa del sector gráfico primero y como responsable de Sindicalización y Campañas después. En 2016 fue Secretaria Regional de UNI Sindicato Global, en sus oficinas en Montevideo.
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