04/12/2025

Una breve historia

Hace 40 años, un acontecimiento de singular importancia política y diplomática contribuyó a fortalecer las relaciones de amistad y confianza entre Brasil y Argentina.

Representó el embrión del Mercosur, que a su vez constituyó una de las vertientes —junto con la Comunidad Andina— del proceso de integración de América del Sur. Todo comenzó cuando los presidentes José Sarney y Raúl Alfonsín se reunieron en las ciudades fronterizas de Foz do Iguaçu y Puerto Iguazú los días 29 y 30 de noviembre de 1985.

Aquel momento histórico de la relación Brasil-Argentina transcurrió bajo el signo de la democracia recuperada en ambos países. Tras los períodos de dictadura, fue el primer encuentro a nivel presidencial, marcado fundamentalmente por el interés común de intensificar y profundizar la cooperación bilateral.

Eran bien conocidas las circunstancias particulares de la coyuntura política interna de cada país.

En Brasil, en plena transición democrática, habíamos atravesado el impacto político y emocional del fallecimiento del presidente Tancredo Neves, y el presidente Sarney, al asumir la jefatura del gobierno de manera definitiva, iniciaba su política de estrecha aproximación con los países de América Latina. En agosto de ese mismo año había realizado una visita de Estado a Uruguay, invitado por el presidente Julio María Sanguinetti.

En Argentina, además de los traumas provocados, sobre todo, por las violaciones de derechos humanos durante el régimen militar que gobernó el país entre 1976 y 1983, continuaban resonando las cicatrices del conflicto bélico de tres años antes en torno a la disputa por las Islas Malvinas, tema en el cual fue explícita la posición de solidaridad y apoyo de Brasil a los legítimos derechos de soberanía del país vecino. Por otro lado, Alfonsín iniciaba su tercer año de gobierno con el lanzamiento de un plan de estabilización económica que, en su momento, generó muchas expectativas pero que no prosperó.

 

“El encuentro Sarney-Alfonsín tuvo como objetivo específico la inauguración del Puente Internacional sobre el río Iguazú. En la ocasión, se destacó el significado de la obra como un lazo de unión real y simbólico entre ambas naciones.”

El encuentro Sarney-Alfonsín tuvo como objetivo específico la inauguración del Puente Internacional sobre el río Iguazú, que conecta la ciudad de Porto Meira, en Brasil, con Puerto Iguazú, en Argentina. A esta obra de integración física se le dio el nombre de “Puente Presidente Tancredo Neves”. Se resaltó, entonces, el significado de la obra como vínculo de unión real y simbólico entre ambas naciones, importante también por concretar legítimas aspiraciones de las poblaciones de ambos lados de la frontera.

Hasta ese momento, en la extensa frontera fluvial entre Brasil y Argentina, solo un puente unía a los dos países: el puente internacional entre las ciudades de Uruguaiana y Paso de los Libres, inaugurado en 1947 durante los gobiernos de Dutra y Perón. A partir del encuentro presidencial en Iguazú se planearon y construyeron otras obras de infraestructura para la integración física y energética entre ambos países.

Otro aspecto que reforzó el valor histórico del encuentro de Iguazú tiene que ver con el éxito de las diplomacias brasileña y argentina al superar, en 1979, la antigua controversia bilateral sobre Itaipú.

Este tema había limitado durante mucho tiempo las perspectivas de mayor aproximación entre los dos países y, en cierta medida, aún generaba dudas al inicio de la era democrática respecto de cómo el nuevo gobierno argentino encararía la cuestión.

 

“La visita tuvo un impacto simbólico extraordinario al marcar el fin del espíritu de rivalidad y competencia que había llevado a Argentina a oponerse en el pasado a la obra binacional construida junto con Paraguay.”

Para sorpresa de la comitiva brasileña, el presidente Alfonsín expresó su deseo de visitar la hidroeléctrica de Itaipú durante su encuentro con Sarney en Iguazú. Organizada confidencialmente por el ceremonial, ya que no constaba en la programación oficial, la visita tuvo un impacto simbólico extraordinario al marcar el fin del espíritu de rivalidad y competencia que había llevado a Argentina a oponerse en el pasado a la obra binacional realizada con Paraguay, generando seria controversia con Brasil.

El embajador Rubens Ricupero, entonces jefe del Departamento de las Américas del Itamaraty, fue convocado para acompañar la visita de Alfonsín a Itaipú, realizada en la mañana del 30 de noviembre, antes de la inauguración del puente sobre el río Iguazú. Al regresar, comentó discretamente: “como decía el Barón, hay victorias que no debemos celebrar”.

La famosa frase del Barón de Río Branco evoca un momento histórico de la diplomacia brasileña tras el laudo arbitral de 1895 del presidente de EE.UU. Grover Cleveland, que dio la razón a Brasil en la disputa territorial de Palmas.

Sobre ese telón de fondo, los presidentes Sarney y Alfonsín, al finalizar sus conversaciones, firmaron en Iguazú dos documentos fundamentales para los intereses de la política exterior brasileña.

El primero fue el comunicado conjunto del encuentro, titulado Declaración de Iguazú, que abarcó una amplia gama de temas.

 

“La Declaración de Iguazú expresó el elevado grado de diversificación, profundización y fluidez alcanzado en las relaciones bilaterales.”

Entre otros puntos, el documento expresó el alto grado de diversificación, profundización y fluidez alcanzado en las relaciones bilaterales. Señaló coincidencias en las posiciones contra las políticas proteccionistas en el comercio internacional. Defendió la necesidad de que América Latina fortaleciera su poder de negociación con el resto del mundo mediante políticas de cooperación e integración regional. Reivindicó un tratamiento político para la cuestión de la deuda externa en los términos defendidos por el Consenso de Cartagena.

También trató la propuesta de la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur, la cuestión de las Islas Malvinas, el Grupo de Apoyo a Contadora, la cooperación en la Cuenca del Plata y el problema del narcotráfico. Al final, instituyó una Comisión Mixta de Alto Nivel para la Cooperación e Integración Económica Bilateral. La declaración estableció directrices para los trabajos de esta comisión en áreas como complementación industrial, comercio, energía, transporte, comunicaciones y desarrollo científico-técnico. A partir de ello se alcanzaron los acuerdos logrados durante la visita del presidente Sarney a Buenos Aires en julio de 1986, que originaron posteriormente, con la participación de Uruguay y Paraguay, la formación del Mercosur.

 

“La Declaración Conjunta sobre Política Nuclear subrayó que los programas nucleares de Argentina y Brasil tenían fines exclusivamente pacíficos.”

El segundo documento firmado fue la Declaración Conjunta sobre Política Nuclear. Al estimular la cooperación nuclear bilateral, la declaración subrayó que los programas nucleares de Argentina y Brasil tenían fines exclusivamente pacíficos y determinó que los entendimientos recíprocos se prolongaran a largo plazo.

Para ello se estableció un grupo de trabajo permanente. La declaración también reafirmó el derecho de ambos países a desarrollar programas nucleares autónomos dentro del marco de sus compromisos internacionales, lo que implicaba la observancia del Estatuto del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), ya que ninguno era parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).

Concretamente, se inició un intercambio que, aunque tímido al principio, se intensificó progresivamente, construyendo confianza mutua mediante reuniones periódicas, intercambios de información y materiales, y contactos entre las comisiones de energía atómica de ambos países. El grupo de trabajo permanente reunió, durante poco más de dos años, a miembros de las cancillerías y las comisiones, y en el caso brasileño, también a representantes de la Secretaría General del Consejo de Seguridad Nacional.

Argentina, por instrucción del presidente Alfonsín, permitió que los brasileños visitaran su instalación más sensible: la planta de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu. Hasta entonces, ningún extranjero había estado allí.

Poco tiempo después, el presidente Sarney determinó que los argentinos fueran recibidos en la planta brasileña de enriquecimiento en el Centro de Aramar, administrado por la Marina. Alfonsín visitó el centro el 8 de abril de 1988, cuando se firmó la Declaración de Iperó. Con ella, el grupo de trabajo conjunto se transformó en Comité Permanente, con la instrucción de reunirse cada 120 días para tratar “todos los temas de interés mutuo en el ámbito nuclear”.

 

“En el plano político-diplomático, el entendimiento bilateral generó una confianza recíproca sin precedentes entre actores que, años antes, desarrollaban programas que podían haber conducido a pruebas con explosivos nucleares.”

En el plano político-diplomático, el entendimiento produjo una confianza recíproca sin precedentes entre actores que, años antes, desarrollaban programas susceptibles de conducir a pruebas con explosivos nucleares, lo que habría elevado la tensión y posiblemente generado una carrera armamentista. En particular, destaca la creación de la ABACC (Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares) en 1991, que instituyó un régimen de inspecciones recíprocas sobre los programas nucleares de ambos países.

Veinte años después de la Declaración de Iguazú, y para celebrar la ocasión, los presidentes de Argentina y Brasil se reunieron en Puerto Iguazú y firmaron otra Declaración Conjunta sobre Política Nuclear, comprometiéndose a trabajar “por un mundo libre de armas nucleares”, reafirmando “la importancia de la ABACC y del sistema común de verificación de los programas nucleares como mecanismo de confianza y transparencia mutua”.

En los cuarenta años de la Declaración de Iguazú, destacamos el liderazgo ejercido por Raúl Alfonsín y José Sarney, gracias a quienes se desmontaron barreras, se iniciaron entendimientos, se construyó confianza y se puso en marcha la integración regional. Que sirvan de inspiración en un momento en que actúan fuerzas centrífugas en el contexto bilateral y regional.*

 

Eduardo Santos es diplomático, fue secretario general del Itamaraty, embajador en Paraguay y en otros destinos, además de asesor en la Presidencia de la República.

José Eduardo M. Felicio fue subsecretario general de América Latina en el Ministerio de Relaciones Exteriores, embajador de Brasil en Uruguay, Cuba y Paraguay, y se desempeñó en la Secretaría General del Consejo de Seguridad Nacional de la Presidencia de la República.

*Artículo originalmente publicado en la revista Interesse Nacional

 

 

otras entradas