17/09/2025
“El mundo se ha desplazado hacia un período de transición en dirección a la multipolaridad, desde la desintegración de la estructura bipolar. La gente había esperado que el final de la Guerra Fría trajera consigo paz y prosperidad al mundo. En realidad, ahora hay mejores perspectivas de evitar una nueva guerra mundial y de asegurar una paz duradera. No obstante, las contradicciones que estaban latentes durante la Guerra Fría comenzaron a emerger y las manifestaciones de voluntad de hegemonía y política de poder en las relaciones internacionales están aumentando. La paz y el desarrollo a que tan ardientemente aspira la humanidad, aún encaran graves desafíos...”
Intervención del ex Canciller chino Qian Qichen durante el Cuadragésimo Octavo Período de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 29 de septiembre de 1993.
Las premonitorias palabras de ex Canciller chino Qian Qichen en Naciones Unidas en 1993 repercuten hasta hoy por su potente actualidad. Luego de más de tres décadas de aquel diagnóstico, la acumulación de tensiones geopolíticas, comerciales, financieras y militares ponen en entredicho la tan esperada paz y estabilidad global de la pos Guerra Fría, en la que predominaban utopías como “el fin de la Historia”. Hoy, el realismo político expuesto en guerras que parecen no tener fin y solapadas reivindicaciones territoriales muestra con crudeza la vigencia de principios hobessianos aplicados al (des)orden internacional, muy lejos de la paz perpetua kantiana.
Como entonces, pero con mayor intensidad, las apelaciones al multilateralismo activo y vinculante suelen caer en el vacío bajo el peso de tragedias como la guerra ruso-ucraniana, el conflicto palestino-israelí, las tensiones en el Mar de China Meridional, los periódicos combates fronterizos entre India y Pakistán o la atemorizante amenaza sobre empleo de armas nucleares para lograr la –ilusoria– victoria territorial. Incluso América del Sur parece no poder escapar de estas lógicas destructivas, al emerger rencillas territoriales acalladas por décadas. Claro indicador del cambio de época es el incremento récord del gasto militar mundial que, según el SIPRI, ascendió en 2024 a 2,7 billones de dólares. Dolorosa contradicción: en una era de auge de la inteligencia artificial (IA), el ser humano parece derivar hacia decisiones instintivas e irracionales propias de la prehistoria y dar cauce expedito a la diplomacia militar antes que a la negociación que desescale tensiones.
En el epicentro de estas tensiones globales se encuentra el enfrentamiento estratégico entre China y Estados Unidos, cuya sombra cubre todo rincón del planeta, sea terrestre, insular o marítimo. Un conflicto que se dirime en varios frentes simultáneamente, pero principalmente en Asia del Pacífico y el Índico, con Estados Unidos intentando “contener” a China mediante una combinación de presiones económicas, sanciones comerciales, alianzas defensivas y poderío militar.
AUTONOMÍA TECNOLÓGICA, COMERCIAL Y FINANCIERA
Pero. ¿acaso la China de hoy es la misma con la que Trump confrontó durante su primera presidencia, entre 2017 y 2020? La respuesta es no. Una China resiliente se muestra cada vez más desafiante ante las presiones estadounidenses al contar con renovadas capacidades adquiridas durante la última década en lo comercial, financiero, tecnológico, militar e incluso cultural (poder blando). Una China desafiante solidifica su rígida postura ante Estados Unidos, amparada además por su alianza con Rusia. ¿Cómo lo ha logrado? En lo comercial, China previó la emergencia de presiones proteccionistas globales y por ello modificó sus drivers de crecimiento con el fin de atenuar impactos en el sector externo, pudo sortear las medidas punitivas impuestas durante la primera presidencia de Trump y, pandemia mediante, reconfiguró cadenas logísticas, impulsó la robotización industrial y confirmó objetivos sobre desarrollo tecnológico endógeno previstos en el Plan “Made in China 2025”.
Pese a las sanciones internacionales, China es el primer productor de automóviles del mundo superando en diseño, tecnología y aplicaciones IA a las automotrices estadounidenses y europeas (produciría 30,2 millones de vehículos en 2025). Asimismo, la suba de aranceles a partir de 2017 potenció aumentos en la competitividad. Acompañó esta dinámica la reorientación de los intercambios comerciales: si en 2016 sus principales socios eran la UE, Estados Unidos, Hong Kong, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Australia, en 2024, la UE perdió la primera posición ante Estados Unidos, seguido por Corea del Sur, Japón, Taiwán y Vietnam. También ingresan a la lista de principales socios Rusia (principalmente petróleo y gas) y Brasil, que se está convirtiendo en el “granero” de una China que intenta diversificar riesgos de provisión agroalimentaria.
En el plano tecnológico, China avanza a velocidad hipersónica. Beijing se ha fijado el objetivo de convertirse en una potencia espacial líder para 2045, con planes de largo plazo que incluyen enviar naves espaciales tripuladas a la Luna para 2030 y desarrollar transbordadores espaciales de propulsión nuclear para 2040. Empresas estatales junto con miles de start-ups aportan innovaciones apoyadas en clusters de alta tecnología distribuidos en ciudades como Shenzhen, Chongqing, Xian o Beijing. Otros frentes de avance comprenden la gestión de servicios públicos, redes 5G, computación en la nube, big data e IA. Un capítulo sensible entrelaza la producción de chips más avanzados con el dilema sobre Taiwán, isla donde la empresa TSCM produce alrededor del 90% de los chips más avanzados del mundo. En síntesis, las sanciones y prohibiciones estadounidenses sobre exportaciones de tecnologías avanzadas para sus industrias reafirmaron la convicción de profundizar la “autonomía tecnológica” en este campo por parte de la dirigencia china.
Completa el cuadro de avances en altas tecnologías el proyecto sobre Grupo de Redes Satelitales; de propiedad estatal, esta empresa que imita a Starlink, prevé lanzar hasta 2029 aproximadamente 26.000 satélites que formarán una constelación de Internet a nivel mundial, iniciativa también conocida como la “Ruta de la Seda Espacial”, cerrando aún más las brechas existentes con Estados Unidos. Otro frente de ataque de la actual administración estadounidense son las pretensiones chinas de aumentar la posición internacional del yuan en transacciones financieras y comerciales. En 2010, la participación del dólar estadounidense en los ingresos y pagos externos de China superó el 80%, pero en 2023 cayó por debajo del 50%.
CONCLUSIONES
La China actual asume decisiones habiendo aprendido lecciones no sólo de la Guerra Fría, sino también de la evolución del poder estadounidense, cuya declinación considera inexorable. Por lo tanto, ante la pregunta de hacia dónde va China, las palabras pronunciadas por el canciller Wang Yi durante la 61ª Conferencia de seguridad de Múnich, en febrero de 2025, brindan algunas pistas. En la ocasión, siguiendo la línea de su predecesor Qian Qichen, planteó: “Mucha gente se pregunta: ‘¿Hacia dónde va el mundo?’ Quizás podría tomar prestado el título del Informe de Seguridad de Múnich de este año. Se avanza hacia la multipolaridad. Cuando se fundaron hace 80 años, las Naciones Unidas contaban con sólo 51 Estados miembros. Hoy, 193 países están a bordo del mismo barco gigante. Un mundo multipolar no es sólo una necesidad histórica. Esto también se está convirtiendo en una realidad”.
Tal vez, la administración Trump debiera leer mejor los mensajes y discursos chinos para verificar que el mundo ha cambiado y China mucho más: la nueva correlación de fuerzas evidencia una China más asertiva, confiada y resiliente ante las presiones externas. En esta compleja trama, el Sur Global también mueve sus fichas apostando por la estabilidad, el consenso y el multilateralismo.
Sergio Cesarin es coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India (CEAPI) de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) e investigador del consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
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