18/01/2022

La caída de los colosos

En la contraportada de Decapitados. Una historia contra los monumentos a racistas, esclavista e invasores, un libro de Peio Riaño, se puede leer: “¿Es lícito acabar con la propaganda de genocidas, esclavistas, invasores y otros personajes tan deleznables en el espacio público? Este ensayo provocador y fascinante demuestra por qué es hora de retirar los homenajes que ofenden a la ciudad progresista”. Planteada la pregunta de forma tan simple y maniquea parecería que solo hay una respuesta posible, aunque hay una cuestión que no se incluye: ¿cómo acabar con esa propaganda? ¿utilizando qué mecanismos?

Pero, incluso en el hipotético caso de que la vía para desalojar del espacio público a tan nefastos personajes fuera no violenta y por medios democráticos, y no por la acción de turbas descontroladas, quedan ciertas dudas. Una de las más inquietantes es el trazado de los límites para calificar a ciertos personajes históricos como deleznables, especialmente cuando se entra en zonas grises y difuminadas. ¿Quién los trazaría y con qué fines? Otracuestión importante es la de aplicar el concepto de genocidio cuando éste no se había acuñado.

 

Hay otros interrogantes. Por ejemplo, ¿todos los hacendados del sur de lo que hoy es Estados Unidos, que utilizaban mano de obra esclava en sus plantaciones, eran “personajes deleznables”?

Aquí emerge el debate sobre George Washington, convertido en un símbolo controversial. ¿Debería este protagonista de la independencia de las 13 Colonias ser arrojado al estercolero de la historia por sus experiencias “negreras”? Y si así fuera, ¿qué hacer con nuestro Simón Bolívar, que también fue dueño de esclavos? 

Si las respuestas a estas preguntas fueran afirmativas, entonces tenemos mayores problemas. ¿Hasta dónde se debe o se puede mirar en el pasado para descalificar a aquellos que han utilizado mano de obra esclava? ¿A la Roma de Julio César? ¿A la Grecia clásica? ¿O todavía más atrás? ¿Aplicando qué criterios éticos y morales? ¿Los del momento o los nuestros, marcados por la corrección política? Y, en ese caso, dónde ubicamos a invasores y conquistadores, actores ni extraños ni condenados por la cotidianeidad humana durante milenios.

 

A comienzos de 2022 fue destruido el monumento que recordaba a las víctimas del atentado a la AMIA, ubicado en la Plaza Lavalle, de Buenos Aires. Este hecho también remite a preguntarnos por la legitimidad de cada acto contra las estatuas y otros recordatorios en el espacio público urbano. Si bien este caso fue un claro atentado antisemita, no se puede olvidar que puede haber otros con motivaciones menos claras. Esto lleva a cuestionar no solo la motivación y la legitimidad del acto, sino también la metodología, especialmente en sociedades democráticas. 

En realidad, la moda de derribar estatuas no es nueva. Recientemente, tras la muerte de George Floyd, en Mineápolis (Minesota), y bajo el influjo del movimiento black lives matter, se actualizó en casi todo el mundo el derribo de monumentos otrora dedicados a conmemorar a personajes históricos hoy denunciados comoconquistadores sanguinarios, genocidas y esclavistas. Entre ellos, el emperador belga Leopoldo II, por las múltiples atrocidades cometidas en el Congo. 

Vinculada a esta ola de derribos hay otras estrepitosas caídas, a lo largo y ancho del continente americano, incluyendo un número nada desdeñable de estatuas de Colón y otros conquistadores, básicamente españoles, que también fueron vandalizadas por la ira popular. Aunque a Colón y a los demás “hispanos” implicados se los acusa de racismo, ninguno de ellos fue determinante en la discriminación que sufre la comunidad negra en Estados Unidos ni tuvo protagonismo alguno en la trata de esclavos africanos.

De todos modos, no es la primera vez que se derriban estatuas. Tras la caída de la Unión Soviética fueron muchos los monumentos dedicados a Lenin, Stalin y otros dirigentes de la extinta URSS tumbados por la multitud enardecida. Algo similar se puede decir de las representaciones de Sadam Hussein tras la ocupación de Irak por Estados Unidos. Resulta frecuente, tras la caída de una dictadura, que sus principales símbolos sean retirados o vandalizados por aquellos que sufrieron directamente las consecuencias de su accionar represivo. En Argentina, tras la llamada “Revolución Libertadora”, numerosas estatuas y bustos de Perón y Eva fueron retirados de la vía pública o sencillamente destruidos. 

Colón y sus estatuas también habían sufrido ataques previos al black lives matter. Bajo el influjo del chavismo, habían comenzado a proliferar derribos y desplazamientos de monumentos dedicados al Almirante, como los ocurridos en Caracas, Buenos Aires y más recientemente en Ciudad de México. No solo eso, también se cambió la denominación del 12 de octubre, otrora celebrado en España y buena parte de América Latina como “día de la raza”, que se comenzó a recordar de diversos modos, comenzando por el encuentro de dos mundos y terminando en la resistencia indígena.

Uno de los primeros ataques contra Colón se remonta a 1898, durante la Guerra de Cuba, cuando según el mexicano Francisco de Bulnes su estatua en Granada fue apedreada por las madres que tenían hijos combatiendo en la Isla. En su libro El porvenir de las naciones Hispano Americanas ante los descubrimientos recientes de Europa y los Estados Unidos, Bulnes escribió: "Si algún descubrimiento ha sido funesto en primer lugar para España, en segundo para Europa y en tercero para la América; ha sido el descubrimiento de Colón. Si a Colón, noble figura, adorable por su genio y sus virtudes, lo ahorcan los marinos de sus carabelas como lo habían pensado, la civilización se habría salvado de tres siglos de calabozo y la especie humana no hubiera tenido en su vida y en su pensamiento, una procesión de víctimas que duró desfilando trescientos años. La muerte de Colón antes de descubrir la América, hubiera sido un millón de veces más útil que la de Jesucristo. La América debió haber sido descubierta, después de consumada la libertad de Europa y por una nación bastante inteligente para no pensar en reacciones. Las mujeres españolas que el año de 1898, apedrearon en Granada, la estatua de Colón, tuvieron indudablemente, causada por el dolor, una espantosa revelación de las sentencias de la filosofía histórica". 

La mayoría de los personajes españoles “despeñados” de sus monumentos tuvo un claro protagonismo bien en el “descubrimiento” (o como se lo quiera llamar) del continente americano o bien durante el posterior proceso de conquista. De algún modo, esta tendencia al derribo de estatuas se vincula a, o es consecuencia directa de, la intensa discusión sobre el significado de la conquista entre los partidarios de la “hispanidad”, por un lado, y los defensores de los derechos de los “pueblos originarios”, por el otro. Dicho de otra manera, la vieja dicotomía de “Leyenda negra” versus “Leyenda rosa”. Si unos ven a la conquista como el origen de todo, los otros la consideran el final de una realidad vinculada al surgimiento de la actual nacionalidad. 

Aquí encontramos un hecho paradójico y contradictorio, que agrega mayor dramatismo a la discusión sobre suprotagonismo. Es el peso de la conquista y de su trascendencia en la formación, o mejor dicho la invención, de la conciencia nacional de las repúblicas latinoamericanas. Pérez Vejo, refiriéndose a México, pero con un mensaje fácilmente extrapolable a buena parte de las naciones surgidas de la América española, insiste en que: “en el relato de la nación mexicano la conquista se convierte en el eje de un relato histórico imaginado como un ciclo de nacimiento, muerte y resurrección”. Incluso va más allá y apunta que “los supuestos herederos de la nación derrotada en 1521 [México] son hoy mayoritariamente católicos y se comunican entre ellos con el español de sus enemigos”.

En Colombia, durante abril y mayo de 2021, coincidiendo con las fuertes movilizaciones populares que pedían la retirada de la reforma tributaria impulsada por el gobierno de Iván Duque, fueron derribadas diferentes estatuas vinculadas a la conquista española. Entre otras, la de Sebastián de Belalcázar en Cali y la de Gonzalo Jiménez de Quesada en Bogotá. Aquí también se atacaron las estatuas de Cristóbal Colón e Isabel la Católica, próximas al aeropuerto de El Dorado. Por las mismas fechas sufrieron la misma suerte los monumentos a Colón en Santander de Quilichao, departamento de Cauca y en Barranquilla. 

Buena parte de estas acciones, como la protagonizada en 2020 en Popayán, contra otra estatua de Belalcázar, fueron impulsadas por indígenas de la etnia misak. Resulta interesante analizar los argumentos utilizados para derribarlas. Sobre el Almirante pintaron “Colón asesino” y “por nuestros muertos” y de Jiménez de Quesada afirmaron que "Fue históricamente el más grande masacrador, torturador, ladrón y violador de nuestras mujeres e hijos” y que numerosas "familias [de la] élite" nacional, que "han reproducido los grandes problemas" del país son sus descendientes. Finalmente, sobre el fundador de Cali y Popayán apuntaron: “Tumbamos a Sebastián de Belalcázar en memoria de nuestro cacique Petecuy, quien luchó contra la corona española, para que hoy sus nietos y nietas sigamos luchando para cambiar este sistema de gobierno criminal que no respeta los derechos de la madre tierra”.

En estas justificaciones se encuentran algunos de los elementos que explican con mayor claridad lo ocurrido. Para comenzar, no se discute sobre el pasado, sobre la historia, sino sobre la agenda política actual. Son los hijos y nietos de quienes en su día lucharon contra los conquistadores españoles los que hoy buscan cambiar al “gobierno criminal” que no respeta a la “madre tierra”. O como se dice en la contraportada de Decapitados, se trata de acabar con unos monumentos que “ofenden a la ciudad progresista”.

Por supuesto que hay estatuas y estatuas, así como hay protagonistas y protagonistas del pasado. Pero mientras unos deben ser recordados por sus hechos positivos (algunos hablan de hazañas y proezas), hay otros que merecen una condena y una lectura crítica de sus acciones. Pero ambas reacciones deben tener en cuenta dos cosas: la interpretación del pasado no debe ser ahistórica y no se debe confundir la agenda política actual con reivindicaciones de otras épocas.

 

Carlos Malamud es catedrático emérito de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España) e Investigador principal del Real Instituto Elcano. Académico correspondiente de la Academia de la Historia de Argentina. Su último libro es: El sueño de Bolívar y la manipulación bolivariana. Integración regional y falsificación de la historia en América Latina (Alianza Editorial, 2021).

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