26/10/2020

Sudamérica: el regreso de la política constitucional

Bolivia, Uruguay y Chile: la excepción y la regla

Chile, Bolivia y Uruguay le han dado, en estos días, una bocanada de aire revitalizador a las democracias latinoamericanas. Acuciadas por la crisis sanitaria global, y su tremendo impacto sobre economías y sociedades, en los tres casos, el plebiscito constitucional chileno, las elecciones presidenciales en Bolivia y el mensaje de los ex presidentes uruguayos José “Pepe” Mujica y Julio María Sanguinetti al despedirse juntos de la vida política activa, ofrecen un marco de análisis y una hoja de ruta a lo que podemos definir como un cambio de época o punto de inflexión.

Desde este mirador se puede observar en retrospectiva un ciclo histórico de cuarenta años, que se inicia al despuntar los años ‘80 precisamente con los últimos estertores del ciclo autoritario militar –la Constitución impuesta por la dictadura del general Pinochet en Chile y el cruento golpe de Estado del general García Meza en Bolivia- que terminará en la Argentina con la derrota en la guerra del Atlántico Sur, precipitando el final de la última dictadura y el inicio de los procesos de transición a la democracia, dentro de lo que Samuel Huntington definirá, años más tarde, como “la tercera ola” de la democratización (1991). Estos procesos estuvieron caracterizados por un regreso a la vigencia constitucional que había sido interrumpida por los regímenes dictatoriales y por la restauración de las Cartas Magnas pre-existentes.

Con el transcurso de los años, todos los países sudamericanos encararon el impulso y la concreción de reformas constitucionales, pero el énfasis mayor estuvo puesto en la consolidación de regímenes democráticos con alternancia en el poder y recambio electoral de los gobiernos. El caso de Bolivia, con la nueva Constitución del Estado plurinacional, es emblemático: irreprochable en su elaboración y aprobación en 2009, refrendada por referéndum, terminó forzada para habilitar la reelección indefinida del presidente que la impulsó, Evo Morales. También hubo una “contraola” de reversión, con distintas formas de populismo. En su informe de 2018, Freedom House daba cuenta de un “retroceso de la democracia” en todas las regiones del planeta, incluidos países con sistemas democráticos hasta entonces considerados estables y consolidados. Algunos autores, como Larry Diamond, estimaron el inicio de una etapa de “recesión democrática”.

Luego de cuatro décadas, y a un año de las masivas protestas reclamando cambios radicales, Chile somete a plebiscito la elaboración de una nueva Constitución para reemplazar a la vigente desde 1980. Un proceso constituyente novedoso e inédito en su procedimiento y su implementación, que emanó de las calles y del compromiso asumido por los líderes del oficialismo y la oposición. Al mismo tiempo, Bolivia recupera el ejercicio soberano del voto luego de la fractura del régimen político producida el año pasado.

¿Está viviendo la región un nuevo momento de política constitucional? Explica Gabriel Negretto, en su libro “Making Constitutions: Presidents, Parties, and Institutional Choice in Latin America” (Cambridge University Press, 2013), que los momentos de creación constitucional evocan la irrupción del poder constituyente del pueblo, lo que ocurre cuando las naciones experimentan cambios políticos radicales, tales como la fundación de un nuevo Estado o una revolución. Y es por esta razón que filósofos y teóricos políticos, de Hannah Arendt (“Sobre la revolución”, 1963) a Bruce Ackerman (“El futuro de la revolución liberal”, 1992), consideran los momentos constitucionales como eventos políticos excepcionales, tanto porque ocurren raramente como porque entre sus participantes prevalecen motivaciones más elevadas y perentorias que las que caracterizan la acción política en tiempos normales.

Se había quebrado la legitimidad democrática hace un año en Bolivia, con la intención de Evo Morales de perpetuarse en el poder, un proceso electoral cuestionado y su desplazamiento forzado por una coalición de fuerzas opositoras con un fuerte componente autoritario y reaccionario. Los comicios del domingo 18 de octubre restauran la legitimidad democrática por el voto de los bolivianos emitido, con todas las garantías, luego de un tironeado proceso electoral que, finalmente , se desarrolló en forma ejemplar.  El MAS vuelve al gobierno, con la consagración de Luis Arce como presidente. El contendiente Carlos Mesa reconoció rápidamente los resultados. La presidente temporaria Jeanine Añez tuvo el buen tino de aceptar el pronunciamiento de las urnas y encontró una salida al atolladero en el que se introdujo al asumir el cargo tras la forzada renuncia de Evo. 

Lo ocurrido en Bolivia y Chile muestra una dimensión fundamental de la democracia, que trasciende a los gobiernos que circunstancialmente la encarnan y no tiene solamente un valor instrumental como mecanismo para elegir y cambiar gobiernos y representantes, que aceptamos y nos gusta cuando ganan los propios y menospreciamos y nos disgusta cuando ganan los otros. Es un principio fundante para nuestras sociedades, la manera de resolver los conflictos pacífica y efectivamente, evitar la violencia, construir un orden legítimo y realizar las transformaciones que mejoren la situación de los sectores populares. Dos condiciones que damos por supuestas –como señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en “Cómo mueren las democracias”- permitieron en este caso rescatarla del marasmo: tolerancia mutua y contención institucional. Esto es, compromisos entre los líderes y autoridades reconocidas, e instituciones que los contengan y permitan traducirlos en acciones concretas y efectivas. 

En este contexto regional, dos viejos gladiadores y estadistas de la política latinoamericana, los ex presidentes uruguayos Julio Sanguinetti y José “Pepe” Mujica, dieron otro ejemplo al despedirse juntos de sus bancas en el Senado y retirarse de la vida política activa con mensajes que adquieren una especial significación: “el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad ante las cosas; el odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye", dijo Mujica, patriarca de la izquierda latinoamericana. Seguido por Sanguinetti, político e intelectual inscripto en la tradición liberal: “Habiendo estado tan enfrentados como pudimos estar en un momento, hoy podemos decir como Octavio Paz que 'la inteligencia al fin se encarna, se reconcilian las dos mitades enemigas y la conciencia espejo se licua vuelve a ser fuente manantial de fábulas: hombre, árbol de imágenes, palabras que son flores, que son frutos, que son actos'…".

Van quedando pocos líderes políticos vivos de la primera transición democrática, de los ‘80: Ricardo Lagos, Fernando Henrique Cardoso. Quienes toman la posta tienen aquí fuentes en la que abrevar para atravesar estos tiempos bravíos de emergencia y excepcionalidad, que requieren un renovado impulso de política constitucional y acaso se puedan enmarcar en una segunda transición democrática superadora del clivaje entre neoliberalismo y populismo; ya de por sí desdibujado, por lo demás. 

Lecciones de civilidad democrática que dejan como legado de una etapa histórica que concluye y otra que quizás esté ya alumbrando. Tan bienvenidas y necesarias, en estos tiempos de crisis; que consiste precisamente en el hecho de que  lo viejo no termina de morir y lo nuevo no puede nacer, sin olvidar aquello que escribió Antonio Gramsci: “En este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

 

Fabián Bosoer es politólogo y periodista. Master en Relaciones Internacionales. Docente e investigador en la UNTREF/IDEIA, editor jefe de la sección Opinión de Clarín. Autor, entre otros libros, de Generales y Embajadores (Ediciones B, 2005), Malvinas, capítulo final (Capital Intelectual, 2007), Braden o Perón, la historia oculta (El Ateneo, 2012).

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